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domingo, 14 de mayo de 2023

María Elena Meneses: claridad, esmero, diálogo

Fotografía tomada del muro de María Elena Meneses en Facebook

Desde hace cinco años extrañamos a María Elena Meneses Rocha, que falleció el 14 de mayo de 2018. A la semana siguiente publiqué esta columna: https://sociedad.wordpress.com/2018/05/27/maria-elena-meneses/

Más tarde, el 24 de agosto de aquel 2018, tuve el honor de participar en el homenaje que le hizo a María Elena el ITESM, campus Ciudad de México, que fue su casa académica. En esa ceremonia leí el siguiente texto, que publico ahora en recuerdo de la querida María Elena y con un abrazo a su familia.

Quienes tuvimos el privilegio de conocerla, supimos de la pulcritud, la perspicacia y el empeño que María Elena Meneses invertía en su trabajo. Lejos de cualquier improvisación, no quedaba satisfecha hasta comprobar un dato, una cita o una referencia. Organizaba sus lecturas, así como la recopilación y el examen de su información, con cuidado y concierto pero nunca soslayaba un nuevo texto, o una vertiente de análisis que no hubiese considerado previamente. Al contrario, estaba rigurosamente al día en el estudio de un campo tan actual y cambiante como es el de la cultura digital, en donde a cada momento aparecen más y más documentos y sobre todo orientaciones distintas tanto en el análisis como en el uso de recursos y plataformas de esa índole. Ese bagaje de información, que fluye de manera literalmente abrumadora, María Elena lo escudriñaba y aquilataba con los ojos frescos de quien reconoce las novedades auténticas porque está dispuesto al asombro. 

   Con inteligencia, María Elena clasificaba definiciones y tendencias y elegía las que le resultaban más significativas. Con paciencia y esmero, reflexionó acerca del conocimiento práctico que obtuvo a su paso por los medios de comunicación que hoy llamamos convencionales. Desde que se acercó a Internet, de la cual fue estudiosa pero también vehemente aficionada, comparó sitios web, entrevistó a creadores y usuarios de contenidos digitales, contabilizó likes, inventarió tuits, observó mensajes de chat, estudió el análisis de big data, entendió los cambios pero también las impostaciones y los riesgos que implican las tecnologías digitales que hoy son tan imprescindibles para ensimismarnos y comunicarnos. Ella misma se convirtió en una referencia indispensable para comprender los usos de las redes digitales. 

   Gracias a la claridad de sus ideas y su aptitud para explicarlas sin los retorcimientos que con frecuencia aíslan a los académicos, era  invitada recurrente en numerosos medios. La actualizada información de la que disponía, aunada a la mirada crítica que la alejaba de complacencias y superficialidades, hicieron de María Elena una voz reconocida en la explicación de estos temas.

   Esa transparencia le venía de su labor como periodista, una vocación que reemplazó por el trabajo académico pero a la que nadie puede renunciar del todo. Con esa sencillez, resultado del conocimiento y la franqueza, María Elena dictó conferencias, escribió artículos especializados, coordinó proyectos editoriales, dirigió tesis, encabezó organismos gremiales, respaldó exigencias para el diseño o la reorientación de políticas públicas relacionadas con la comunicación. 

   En esas tareas, eran conocidas su generosidad y su espíritu de colaboración. No participó de las rivalidades ni de los desdenes que llegan a escindir a los académicos. Al contrario, los editores que le pedían un dictamen, los estudiantes que se le acercaban en busca de asesoría, los colegas que le preguntaban por una referencia, supieron de la abierta disposición de María Elena para participar y cooperar. Era solidaria cuando hacía falta, comprensiva a pesar de eventuales desacuerdos, tolerante de muchas y cotidianas maneras. Encontró en la academia una vía de compromiso social, con sus colegas construyó una interlocución creativa, mereció reconocimientos a su labor en la investigación y la docencia. 

   María Elena, sobre todo, hacía su trabajo con una gran alegría. Le entusiasmaba tomarle el pulso a las transformaciones e incluso a las veleidades de Internet y sus redes, le gustaba comunicar esos hallazgos, festejaba los éxitos de sus alumnos. 

    Echo de menos el diálogo con María Elena. Con frecuencia, en estos tres meses, he estado tentado a comentarle la aparición de un nuevo libro, me he encontrado a punto de preguntarle sobre alguna declaración en Facebook, he querido referirle a varios alumnos. Voy a extrañar siempre sus tuits y sus correos, así como su sentido común, su pasión por la verdad, su capacidad de indignación ante las injusticias. La vamos a recordar por su ahínco en el trabajo pero también, desde luego, por el gusto con el que emprendía sus frecuentes viajes —de los cuales, claro, nos enterábamos en Facebook—, por su afición al tenis y al futbol y al  jazz y al rock, por su conversación inteligente y enterada. Por supuesto, vamos a recordar a María Elena por el cariño con el que siempre hablaba de Fernanda, de Paloma, de Antonio. 

   En una entrada de Facebook, el 1 de noviembre de hace cuatro años, María Elena colocó una foto de la ofrenda que acostumbraba poner en esas fechas y escribió: “Pienso que el día de muertos es una celebración por la vida”. Recordemos a María Elena celebrando su alegría por la vida. 



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